Canonización de la madre Bonifacia




Dios, Padre nuestro, que has llamado a santa Bonifacia, virgen, a seguir a tu Hijo en su vida oculta y a servir a los pobres, hermanando la oración con el trabajo, concédenos como ella, buscar tu reino sobre todas las cosas de la tierra y gozar en tu casa de los bienes eternos.
(Oración litúrgica de su memoria)


Bonifacia Rodríguez de Castro será definitivamente elevada a los altares el próximo domingo 23 de octubre, ceremonia que oficiará el papa Benedicto XVI en Roma. Finaliza así el proceso de canonización iniciado en 1954 en la diócesis de Zamora, el cual fue abierto solemnemente el 8 de junio de dicho año en la iglesia de san Juan Bautista de la capital. Fue la fundadora de la Congregación de las Siervas de san José, instituto fundado en Salamanca el 7 de enero de 1874.

La madre Bonifacia nació en la ciudad de Salamanca el 6 de junio de 1837, siendo bautizada en la parroquia de la Catedral Vieja. Sus padres, Juan Rodríguez y María Castro, eran unos sencillos artesanos. Bonifacia aprendió el oficio de cordonera, trabajando en diversos talleres hasta la muerte de su padre y la independencia de sus otros hermanos, creando un taller propio en la calle Traviesa. En su establecimiento, se reunía con sus amigas, fundando la asociación de la Inmaculada y San José, en la que rezaban juntas, hacían obras de caridad y compartían un carisma similar, vinculado al trabajo, guiadas por el jesuita Francisco Butiñá, residente en esos momentos en la Clerecía, templo que fue de la Compañía de Jesús.




Según fue avanzando en su camino vocacional, contempló la posibilidad de ingresar en el convento de las Dominicas Dueñas de Salamanca, pero Butiñá le invita a contemplar otra posibilidad: profundizar en el carisma de su asociación y continuarla en una congregación en la que imitarán a la Sagrada Familia en Nazaret. Así hermanarán el trabajo y la oración, el apostolado entre las trabajadoras pobres, dándoles una formación y a la vez un sentido de vida cristiana. No dejaría de ser una artesana, pero lo viviría ahora desde una especial consagración a Dios, como una vocación a la que es llamada, haciendo realidad lo que los papas estaban proponiendo en sus encíclicas: la industria cristiana y la santificación en el trabajo. Bonifacia acepta y el obispo de Salamanca, monseñor Joaquín Lluch y Garriga, apruebas las primeras constituciones el 7 de Enero de 1874, quedando nombrada como superiora nuestra santa. Comienza así la congregación de las Siervas de san José en un sencillo taller de Nazaret.

El nuevo instituto comienza andar con la ilusión de la nueva vocación y los problemas de una vida religiosa nueva. La madre Bonifacia estrena un camino nuevo que no es entendido por todas las hermanas, y más cuando Butiñá es expulsado de España con el resto de jesuitas. Junto a las primeras chicas acogidas en el Taller, el primer apostolado, la primera profesión, comienzan también las divisiones, las envidias y las críticas a Bonifacia. Cuando nuestra santa viaja a Cataluña para establecer un primer contacto con los talleres allí fundados por Butiñá, la destituyen como superiora a sus espaldas. Cuando regresa y le comunican los cambios, Bonifacia acepta y calla, pero la respuesta de algunas hermanas es la humillación y la burla hacia su antigua superiora. La madre Bonifacia entiende que la situación es insostenible, y solicita fundar una nueva comunidad, marchando a Zamora, donde comenzará de nuevo.



La Sagrada Familia, modelo de la institución fundada por la madre Bonifacia. Relieve del primer taller de Nazaret en la Casa de santa Teresa (Salamanca).


La nueva comunidad comienza asumiendo la pobreza en que la que viven los primeros años, el problema de un espacio adecuado, la escasa comunicación con Salamanca y la distorsión del carisma fundacional de la congregación en la ciudad vecina, lo cual impide la integración de la casa de Zamora en la orden aprobada por el papa León XIII en 1901. Bonifacia sigue siendo fiel al carisma a la que Dios le ha llamado, y en Zamora verá florecer su obra: atenderá a las chicas pobres y sin oficio, las formará y les buscará un trabajo digno, todo ello en medio de un fuerte sentimiento de fe y piedad, que marcará su institución. Uno de los oficios a los que se dedicará, será la elaboración de ornamentos litúrgicos, lo cual le hará ir ganando un espacio en la ciudad y en la diócesis zamorana. Su taller de Nazaret, llamado Colegio de Desamparadas, será la respuesta fiel de su vida a la llamada de Dios, incluso, en medio de la marginación y el desprecio de sus hermanas, las cuales llegan a cerrarle las puertas de la Casa de santa Teresa cuando nuestra santa intenta hablar con ellas.



Patio de la casa de santa Teresa (Salamanca), donde se estableció la comunidad salmantina.


Poco a poco va perdiendo la fortaleza física de su juventud, y en 1905, Bonifacia va decayendo. A las diez y media del ocho de agosto, tras dos días de agonía, sentida oración y ofrecimiento a Dios, entrega el espíritu al Padre. Deja tras de sí una comunidad fiel a su carisma, que se unirá al resto de la congregación en 1907. Es enterrada entre el amor y devoción del pueblo zamorano en el cementerio de san Atilano, donde reposaron sus restos hasta 1945, cuando fueron llevados a la Casa Generalicia de Salamanca, una vez que la congregación reconoció como fundadora a la madre Bonifacia, gracias a unos documentos escondidos tras el retablo de la capilla de la Candelaria, hallados en 1936, y que desvelaron una verdad bastante confusa en la congregación.

La madre Bonifacia fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 9 de noviembre de 2003 en la plaza de san Pedro del Vaticano.

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